Palafitos que laten: rutas de Paisajes Sostenibles en la Ciénaga Grande
Written by Jose de Jesus Prieto on 28/09/2025
Conoce la cultura anfibia con la experiencia de turismo comunitario entre manglares, cocina tradicional y música de tamboras, las comunidades palafíticas te reciben para aprender, disfrutar y cuidar juntos este territorio vivo.
Llegar en canoa a un pueblo que flota no es una fantasía: es el día a día en Buenavista y Nueva Venecia, dos comunidades palafíticas de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Entre pasillos de agua, manglares que sostienen la pesca y cocinas de leña que perfuman el aire, la gente recibe a quien llega con una invitación clara: conocer, aprender y cuidar. Eso es lo que, desde 2023, viene impulsando el proyecto Paisajes Sostenibles, desarrollado por la alianza entre la FAO y la Unión Europea con INVEMAR, que ha transitado del “turismo de paso” a un modelo hecho por la comunidad y a favor del manglar.
“Aprendimos que lo que tenemos vale y que hay que cuidarlo y compartirlo con respeto”, resume Gabriela Mejía, guía local y lideresa de Viajando con Gaby. Su voz abre la puerta -de agua- a un turismo que se vive haciendo: no son paseos rápidos, sino jornadas para entender por qué el manglar es un “bosque anfibio” que protege la vida y la economía. En la Ruta de la Restauración, las personas visitantes escuchan una charla breve sobre biodiversidad y amenazas, trabajan en el vivero comunitario y siembran plántulas; al final, reciben un distintivo simbólico de Guardián del Manglar y pasan por Ecopalermo para ver, sin tecnicismos, cómo la economía circular convierte residuos en recurso.
La música de la ciénaga corre por otra ruta: “Aves e historias palermeras”. Al amanecer, la canoa se desliza por el Caño Clarín; las garzas cruzan el espejo del agua, el guía señala huellas de cangrejo y un relato de memoria anfibia hilvana paisaje y cultura. A veces, la suerte regala el aleteo del colibrí ventrizafiro -símbolo de la fragilidad y la belleza del territorio-. La jornada cierra con cocina tradicional: bollos de mazorca, pescado del día y una conversación franca sobre cómo se pesca, qué se conserva y por qué.
Ese giro -de espectadoras a anfitrionas- no llegó solo. Paisajes Sostenibles combinó formación en guianza, servicio, costeo y seguridad con dotaciones (cocinas, mobiliario, equipos para separación y aprovechamiento de residuos) y mentorías empresariales para fortalecer la oferta. Se sumó la conectividad: hoy muchos servicios se coordinan por WhatsApp, se publican en redes y se confirman con antelación. La diferencia es concreta: itinerarios claros, grupos mejor atendidos, compras locales verificables y operación responsable.
En la cocina de Paraíso Veneciano, Elsy Rodríguez cuenta la transformación con la precisión de quien hace cuentas y sazona con memoria. “Aprendimos a costear, a armar menús y a recibir grupos. Con el proyecto pude ir a ANATO, hacer contactos y ahora vendo paquetes con tiempo”. El salto digital fue decisivo: “Con internet confirmo reservas en minutos; ya no espero a que ‘caiga’ la lancha”. Su restaurante genera empleo para mujeres de la zona -una cocina, otra atiende, otra lleva inventario- y se volvió aula viva: “Cuando llegan, aprenden por qué cocinamos con leña, de dónde viene el pescado y cómo cuidamos el manglar. Eso también vende y educa”.
El agua también se convierte en memoria tangible en las manos de Edrulfo Pacheco. Donde antes había troncos que taponaban caños, hoy hay canoas en miniatura y piezas talladas que caben en las manos. “Para nosotros, la canoa son los pies: con ella se estudia, se pesca, se enamora”, dice, lijando hasta que la madera brille “como el agua al amanecer”. Con el acompañamiento del proyecto aprendió a seleccionar y curar madera, a fijar precios, a exhibir y a contar la historia detrás de cada pieza. El resultado es triple: se liberan caños, se reduce residuo y se crea ingreso. Y si un joven se acerca y pregunta “¿me enseña?”, Edrulfo siente que no solo vendió artesanía: sembró oficio y orgullo.
La música también suma. En Buenavista, el Congo Buenavistero reactivó cantos, tambores y vestuarios del Caribe. Su presentación -con taller participativo de tambores y danza- se integró como módulo cultural para el cierre de “Sabores y sonidos palermeros” o el atardecer de “Aves e historias palermeras”. La ecuación es sencilla y poderosa: cada función remunera a familias de artistas y convierte la visita en un intercambio vivo de identidad y conservación.
Detrás de las escenas quedaron apuntes útiles para quien mire este modelo con lupa. Mentorías empresariales que terminaron en un premio internacional (Turismo Responsable, plata, 2024); 14 organizaciones locales de 7 corregimientos en los municipios de Sitio Nuevo, Pueblo Viejo y Ciénaga, con más de 180 familias vinculadas a la iniciativa del turismo comunitario, con la convicción de que el turismo no reemplaza la cultura; la visibiliza con reglas claras -precio justo, compra local, protocolos de residuos- y con una narrativa que explica por qué cada práctica importa.
Para Gabriela, el cambio también es una apuesta generacional. “Varias y varios jóvenes ya no quieren irse: ven que aquí hay oportunidad si la construimos en colectivo”. Esa es la energía que siente quien participa en la siembra o en un taller de cocina: que cada gesto deja algo más que un recuerdo. De eso trata #HuellaPositiva: de medir el impacto que sí se puede contar -plántulas sembradas, residuos valorizados, empleos locales- y el que se siente en la piel -orgullo, pertenencia, relato propio-.
La oferta hoy permite armar un día completo o un fin de semana palafítico: amanecer con aviturismo interpretativo; visita a vivero y siembra en manglar; paso por Ecopalermo para ver economía circular sin tecnicismos; almuerzo con productos y saberes locales; y un cierre cultural con tamboras que invitan a bailar. Todo guiado por la gente que vive con el agua a la cintura y sabe explicar, sin perder la sonrisa, por qué un manglar sano es capital natural y seguro alimentario.
27 de septiembre, Día Mundial del Turismo 2025: “Turismo y transformación sostenible”
En los pueblos palafíticos de la Ciénaga, esa transformación ya sucede: las comunidades diseñan experiencias, mejoran sus medios de vida y fortalecen su identidad mientras conservan los múltiples ecosistemas que les rodea. Visión que conecta con las apuestas de la FAO, pesca y turismo de naturaleza con pescadores en la Ciénaga (reduciendo presión sobre recursos y visibilizando buenas prácticas); agroturismo serrano con café de especialidad y apicultura; o circuitos de gastronomía con identidad. Cada experiencia integra tres llaves operativas que FAO promueve: compra local y precio justo, educación ambiental y cultural en la ruta, e indicadores de impacto. Así, viajar deja de ser solo desplazarse, se vuelve en corresponsabilidad con territorios que cuidan su naturaleza y su cultura.
Desde su mandato en sistemas agroalimentarios, la FAO impulsa el turismo como palanca de desarrollo rural diseñando, con las comunidades y no para ellas, experiencias que conservan paisajes, dignifican oficios y diversifican ingresos sin perder identidad. Iniciativas globales como las alianzas en territorios de montaña y los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) han mostrado que el binomio patrimonio agrocultural + turismo responsable crea valor real.
En clave del Día Mundial del Turismo 2025, este enfoque dialoga con el lema “Turismo y transformación sostenible”. Esta fecha destaca el poder del turismo como motor de cambio, a través de cada visita realizada, los turistas contribuyen con el impulso de economías locales, la construcción de sociedades más justas y una mayor sostenibilidad ambiental. Cada reserva financia a familias que viven del agua, visibilizan una cultura única y cuida un santuario de biodiversidad.
Con este marco global, cada reserva en las rutas comunitarias de los pueblos palafíticos no es solo una experiencia auténtica: aporta ingresos locales, visibiliza la cultura anfibia y cuida los manglares. ¡Súmate, viaja con y deja tu #HuellaPositiva!