Mujeres Wayúu: cuando la resiliencia florece en el desierto

Written by on 05/09/2025

 

 

Cada 5 de septiembre, el mundo detiene su rutina para reconocer a quienes han cuidado la vida desde el silencio de los territorios: las mujeres indígenas. La fecha conmemora a Bartolina Sisa, mujer aymara que hace más de dos siglos entregó su vida en defensa de su pueblo frente a la opresión colonial. Hoy, su memoria se renueva en cada mujer que resiste, protege la tierra y asegura que la cultura siga viva.

 

En Colombia, esas mujeres tienen rostro Wayúu. En medio del desierto de La Guajira, donde el sol parece secar hasta las palabras y la falta de agua marca la vida cotidiana, ellas se levantan como custodias de la naturaleza y de la esperanza. Son madres, abuelas y lideresas que, con sus manos, hacen brotar agua y alimento en un territorio que durante décadas ha sido sinónimo de carencia.

 

El agua: raíz sagrada, vida compartida

 

Para el pueblo Wayúu, el agua no es solo un recurso: es parte de su origen. En su lengua, “wuin” (agua en wayuunaiki) remite al lugar sagrado de donde provienen todas las familias. Sin embargo, en el presente, el agua se ha vuelto la búsqueda diaria de las mujeres, niñas y niños que caminan kilómetros con recipientes vacíos desde el amanecer.

 

Una realidad que les ha acompañado en las últimas décadas, pero que en la comunidad de Orokot, la historia está cambiando. Aleida Tiller, lideresa del E’irukuu Uriana, sonríe al recordar la primera vez que el agua brotó de las Pilas Públicas. “Con agua limpia ya no nos enfermamos”, dice, mientras explica cómo estos centros, gestionados por la Corporación Wuin Anasu (Agua para el Bienestar), se convirtieron en auténticos “Centros de Vida y Salud” para 83 comunidades y más de 7.800 personas.

 

Aleida sabe que el verdadero milagro no fue la llegada de la infraestructura, sino la decisión colectiva de mantenerla viva. “Somos nosotras las que cuidamos las pilas, las que organizamos a la comunidad para que todos aporten. El agua es sagrada, y cuidarla también es un acto de dignidad”.

 

Sembrar verde en medio de la arena

 

En Tutchonka y Masamana, otras mujeres Wayúu encontraron en la tierra la manera de vencer las grietas que revelan desde el suelo la falta de agua. Allí, Eneiris Arpuchana muestra con orgullo las plantas de Frijol Guajiro, berenjena y ají que crecen en su huerto. “Nuestra tierra ahora está viva. Antes teníamos que esperar la lluvia para sembrar, ahora sembramos todo el año. Los niños ven que aquí hay futuro”, dice, mientras acaricia con ternura las hojas verdes que brotan en pleno desierto.

 

A su lado, Leticia Bonivento cuenta cómo un secreto ancestral se convirtió en la clave de la transformación: la caprinaza, un abono hecho con estiércol de cabra, ceniza y minerales. “Antes lo que sembrábamos se perdía. Hoy la tierra agradece y hasta podemos vender a comunidades vecinas. Eso nos llena de orgullo, porque ya no dependemos solo de ayudas: producimos y compartimos”.

 

Estos huertos, apoyados por el Programa SCALA de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), no solo alimentan a las familias, también enriquecen la cultura gastronómica. Eneiris trae como ejemplo el descubrimiento de nuevas recetas: “No sabíamos cómo cocinar berenjena, ahora hacemos arepas con berenjena rallada y queso. A los niños les encanta. Sembrar también es aprender a comer distinto”.

 

Tejer futuro con alianzas: agua, energía y saberes que transforman territorios

 

En el desierto de La Guajira, donde el sol endurece la tierra y el agua ha sido históricamente un bien escaso, las mujeres Wayúu han demostrado que el futuro se puede hilar con paciencia, resiliencia y cooperación. Sus historias —la de Aleida, Eneiris, Leticia y tantas más— revelan que la esperanza florece cuando las manos comunitarias se unen con el respaldo de instituciones y aliados que creen en su fuerza transformadora.

 

Gracias a la alianza entre las comunidades Wayúu, la FAO, el PNUD, el Gobierno de Suiza y el Fondo Conjunto de las Naciones Unidas para los ODS (SDG Fund), hoy es posible hablar de soluciones sostenibles que integran agua, energía limpia y producción de alimentos como pilares de una vida más digna. Estas iniciativas no son solo proyectos: son semillas de un modelo de desarrollo que reconoce la centralidad de las mujeres indígenas como guardianas del agua, de las semillas y de los saberes ancestrales.

 

El Programa SCALA complementa este tejido con herramientas técnicas, análisis de riesgos climáticos y recuperación de prácticas tradicionales, asegurando que cada acción se fundamente en el conocimiento local y el diálogo intercultural. Así, los huertos que brotan en Tutchonka y Masamana, o las pilas públicas que abastecen a Orokot, son más que infraestructura: son símbolos de organización comunitaria, de dignidad recuperada y de una visión compartida de futuro.

 

En este entramado de alianzas, la cooperación internacional y la voz de las comunidades se cruzan como hilos de un mismo telar. El resultado es un tejido firme, capaz de sostener sueños colectivos frente a la adversidad climática y social. Tejer futuro con alianzas significa, entonces, convertir la unión de esfuerzos en vida, salud y esperanza para un pueblo que ha aprendido a transformar el desierto en promesa de mañana.

 

La mirada regional: mujeres indígenas, guardianas de la vida

 

El trabajo en La Guajira refleja lo que la FAO impulsa en toda América Latina y el Caribe: reconocer a las mujeres indígenas como guardianas de la biodiversidad, las semillas y el conocimiento ancestral. A través de la campaña “Mujeres Rurales, Mujeres con Derechos” y de la Plataforma Regional para el Empoderamiento de las Mujeres Rurales, lanzada en 2025, la organización apoya a gobiernos y comunidades en diseñar políticas que promuevan la igualdad, fortalezcan el liderazgo y aseguren la participación de las mujeres en la toma de decisiones.

 

El informe “La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios” advierte que, aunque ellas representan el 36 % de la fuerza laboral de la región, siguen enfrentando desigualdades en acceso a tierra, crédito y recursos. La FAO insiste en que cerrar estas brechas es clave para construir sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes.

 

Las historias de Aleida, Eneiris y Leticia son el reflejo vivo de estos principios. Ellas encarnan lo que significa pasar del discurso a la acción: transformar territorios golpeados por la escasez en espacios donde la vida vuelve a florecer.

 

Cada testimonio revela un hilo de esperanza. Aleida lo resume con claridad: “El agua es todo. Es salud, es organización, es fuerza para seguir”. Eneiris afirma que “cuando los niños ven crecer una planta en el desierto, entienden que aquí también hay futuro”. Y Leticia, mostrando sus ajíes recién cosechados afirma que “sembrar nos ha dado la confianza para decir que siempre hemos sabido cómo dar vida”.

 

Para Adelaida Bonivento, abuela Wayúu de 70 años, la experiencia es también espiritual: “Cuando uno siembra y ve crecer lo que planta, también crece por dentro. Sembrar es también sembrarse a uno mismo en la vida”.

 

Guardianas en el Día Internacional de las Mujeres Indígenas

 

En un departamento donde, según cifras de 2024, más del 52 % de los hogares viven en inseguridad alimentaria, estas historias son mucho más que ejemplos de proyectos exitosos: son testimonios de resistencia. En cada huerto y en cada pila de agua se expresa la fuerza de las mujeres Wayúu, capaces de convertir la adversidad en oportunidad.

 

En este Día Internacional de las Mujeres Indígenas, La Guajira nos recuerda que la resiliencia florece en las manos de las mujeres. Ellas no solo alimentan a sus familias: son custodias del agua y la tierra, guardianas de la seguridad alimentaria y protagonistas de la adaptación climática en Colombia y en toda América Latina.

 

El desierto, tantas veces visto como territorio de carencias, se convierte en símbolo de vida y dignidad gracias a su liderazgo. Y mientras el sol sigue golpeando fuerte sobre la arena, en los huertos de Tutchonka y Masamana brotan hojas verdes. Como prueba, como promesa, como semilla de futuro.

 

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